Friday, February 13, 2009

Ciudad de Perros...2

La cuestión con Niño Toques


Salió de ninguna parte.

Yo apenas había llegado a la ciudad. No conocía a nadie, y no tenía muy claro que había venido a hacer aquí. Ya sabía que venía buscando a mi padre.

Pero cómo iba a encontrarlo entre tanta pinche multitud, eso no lo sabía.
Salí una mañana húmeda, el cielo apenas escampaba cuando llegué a la estación para tomar el camión que me traería aquí. Apenas había subido los escalones cuando volvió a llover.

Mi madre había muerto, y me hizo prometer que buscaría a mi padre. Yo no lo recordaba, o al menos eso era lo que decía cuando algún conocido me preguntaba sobre él.

Yo no quería recordarlo, ni quería cumplir con la promesa que le hice a mi madre, con el miedo subido a la garganta de verla muriéndose. Apenas pudo susurrarme esas palabras, con su garganta quemada por el oxígeno, que cada día le ayudaba menos a respirar.


Acababa de enterrarla, y ya había dejado encargada la casa. No me quedaban parientes a los cuales preguntarles por el paradero de mi padre.

Si vine a dar aquí, fue simplemente porque mi madre prestaba oídos a cualquier habladuría acerca de mi padre. Alguien que conoció a alguien que conocía a alguien que juraba haberlo visto en la ciudad, le habló a mi madre de esto.

Y hasta el día de su muerte, creyó convencida de que mi padre estaba en la ciudad.


Yo no quise desmentirla, ni tirarle las ilusiones. Pero yo no creí nunca en los avistamientos de mi padre. Siempre supe que, de querer, nos hubiera contactado de cualquier modo.

Pero nunca quiso.

Salí por cumplir mi estúpida promesa a una mujer muerta. Una mujer que para mí fue todo, y al mismo tiempo siempre rehuí.

Ahora tenía que cumplirle, sin importar que, a lo mejor, mi padre hace mucho se hubiera ido al carajo.


Llegué en la noche, la ciudad me recibió como un tapete de luces, que iban cambiando conforme nos acercábamos por la carretera. No pude dormir muy bien en el camión, cargado de humores y ronquidos. Fui el único, creo, en divisar las primeras luces, la fosforescencia que se adivinaba detrás de los cerros. Conforme avanzaba el camión por las curvas de la carretera, se asomaron las primeras casas, hasta que se desenrrollaron por completo los millones de destellos con los que la ciudad saludaba a los recién llegados.

Ya en la terminal, no supe bien por dónde tendría que ir.

Era mi primera vez, y ahí me encontré, en medio de un gentío que no se estaba quieto, y sin la más remota idea de qué hacer.

Caminé hacia el metro, sin fijarme la dirección del tren. Después de varias estaciones, apretujado y cuidando mi maleta, pude bajar en una estación de la que no me fijé cómo se llamaba.


Al salir a la superficie, caminé despacio por las calles húmedas, cargadas de basura, y encendidas con los focos de los puestos que ofrecían comida a los trasnochados.


Hasta hoy desconozco cual fue el camino que tomé, ni me fijé en las calles y sus nombres.


Cuando me sentí con los pies pesados, me detuve para buscar un lugar para pasar la noche. Desde entonces no he abandonado el cuarto. Me detuve para ver lo que había: locales cerrados, ofreciendo partes mecánicas: motores de medio uso, reconstruidos, cigüeñales, levas.A mi izquierda se alzaron fachadas de madera, ventanas cegadas que resguardaban más placas de madera enconchada, no más altas de dos metros, y tampoco mas anchas que eso.


Como un campo de refugiados, y todo ello protegido por una vieja reja oxidada, con cabecitas de muñecas tuertas colgando de los barrotes, y el forntispicio no dejó de intrigarme: Edificio Imperial.


Si hubo antes un edificio, hacía mucho que se había derrumbado.


Todavía hoy no he encontrado en todo el rumbo, a alguien que pueda recordar si hubo el tal edificio. Y ahí fui a instalarme, en uno de los cuartos que estaban abandonados. Repleto de basura y desechos, con agua estancada en una esquina, iluminado apenas por un raquítico foco. Todo en la calle habla de una decadencia sin límites, de un acabamiento de las cosas. Pienso que no hay mejor lugar para estar. Entre partes desgastadas, y que nadie busca, en medio de un predio que nunca tuvo un edificio, ni poseyó algún tipo de carácter imperial.
Entre restos de cabezas plásticas, resguardado por madera apolillada, aquí fue donde paré y desde donde no supe cómo empezar a buscar a mi padre.

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