Thursday, November 05, 2009

Arquitecturas imperfectas

Acabo de leer un comentario en la página FB de un gran amigo y escritor, que me ha hecho escribir esta nota a vuelapluma.
En cuestión, un lector da cuenta de haber comprado dos libros de la autoría de mi amigo. Al iniciar la lectura de uno, se encontró con que faltaban seis páginas, las cuales venían en blanco.
Argumentaba el lector que no se perdía mucho de la secuencia.
Este incidente me lleva a recordar casos similares que me han ocurrido a mí, en los cuales algunos libros que leí con deleite, presentaban estas curiosas ( y molestas) erratas.
De inmediato me salta uno, que está entre los más conocidos, Cien años de soledad. El libro aún lo conservo, de editorial Sudamericana, con la portada clásica de Vicente Rojo, el cual heredé de la biblioteca de mi padre.
Varias páginas estaban en blanco, y se iban alternando conforme uno iba leyendo.
El hilo de la narración se iba cortando, y uno se quedaba con la duda ansiosa de saber qué carajos era lo que había quedado interrumpido.
Leí el libro y a pesar de los pasajes que quedaron incompletos, no pude sino admirar esa narración inmensa que es el libro.
Pasarían algunos años para enterarme de los acontecimientos perdidos en mi libro. El que recuerdo con nitidez, es el pasaje en donde se narra como despachó el coronel Aureliano Buendía a un general de su bando, por considerarlo un lastre para la causa debido a su salvajismo y a la imposibilidad de controlarlo. El resultado fue que el hombre terminó macheteado, cortado en pedazos.
Otro episodio, extraño y alegre, sucedió cuando compré el volumen con las novelas completas de Álvaro Mutis (Maqroll el Gaviero es una de mis lecturas apasionadas).
El tomo es grueso, encuadernado en cartulina, y en la portada hay una fotografía de Mutis, y (obvio) en el fondo de la portada se alcanzan a apreciar diferentes motivos marinos.
Con ansiedad abrí el libro, sólo para descubrir, y reconfirmar, que estas cosas sólo pueden sucederme a mí.
En lugar de encontrar la portadilla y la portada del libro, encontré el colofón de cabeza. Así fue, el libro venía encuadernado de forma invertida. Aún lo conservo como una de mis posesiones más queridas.
Por último, recuerdo que había conseguido Terra Nostra, de Carlos Fuentes.
Comencé a leerlo, y cuando alcancé por ahí de la página ciento y tantos, descubrí que se repetía todo el cuadernillo que ya había leído, no una, sino dos veces.
Boté el libro lo más lejos que pude.
Y hasta ahora, no he descubierto que seguía después.