Tuesday, March 10, 2009

Prometeo en cadenas

Prometeo soñó que, de nuevo, robaba el fuego a los dioses.
Corría para dar el don a los hombres.
Atrás de él, la cólera de los olímpicos volvía a estremecer los cielos.
Pronto, el titán se halló entre las pequeñas criaturas que apenas vestían pieles crudas, y señalaban sin atinar a emitir un ruido, la flor roja que Prometeo llevaba en alto.
Quiso que la recibieran, y quiso que en adelante, los hombres pudieran pasar la noche sin sobresaltos.
Al ofrecer el fruto de su crimen, los hombres se apretujaron y en sus rostros el horror tomó forma. Los más osados acercaron sus manos, sólo para retirarlas ante la mordedura.
El temor cede el paso a la ira, y el deseo de acabar con éso, que no entienden, va imponiéndose en el grupo, sin necesidad de palabras.
Arrojaron piedras, palos, arena en contra de la flor que muerde y su portador.
De nada valió el hecho de que Prometeo hubiera sido su benefactor en otras ocasiones.
Ante la andanada, el titán vacila, retrocede, y de su mano cae la brasa.
Ya en el suelo, el resplandor se debilita hasta extinguirse. Y en el cielo, un fulgor más intenso va perfilándose a espaldas del ladrón, que esté temblando...

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