Tuesday, February 17, 2009

Sueño express

Esa noche volvió a soñarse en la estación del metro infinita.
Los trenes se arremolinaban de nuevo, sobre las vías superpuestas unas a otras.
Tres trenes partían rumbo al sur.
Se vió sentado de nueva cuenta en el andén.
A su alrededor la gente parecía no darse cuenta de los bultos que estaban en medio del paso.
"Alguien debió haberlos puesto ahí", pensaba, mientras una sensación creciente de angustia se iba incrustando en su cuerpo.
Empezaba a reconocer los paquetes. Antes de tener la certeza que ya los había visto antes, supo que no quería abrirlos.
Porque los abriría, ineluctablemente, eso también lo sabía ya.
Miró a uno y otro lado, en espera de recibir un guiño, por lo menos, para saber que no estaba solo, que no abriría solo los paquetes.
Al acercarse, el olor de la podre lo inundó todo, pero la gente seguía sin inmutarse siquiera ante la peste.
Las arcadas se sucedieron con mayor frecuencia (terminó vomitando, como se dio cuenta cuando despertó). Empezaba a abrir el primero de los paquetes, el que reconoció de inmediato, y supo que una mirada velada y la grisura de la piel le recibirían en cuanto se abriera del todo el empaque...

De los cuadernos de Mesmer 2

... el asunto fue que, a despecho de lo que pudiera pensar, Takata invade espacios que me ponen en un cerco.

Camino por mis lugares cotidianos y encuentro señas, imperceptibles a veces, que delatan la presencia del reverendo en estos lugares que para mí resultaban ser refugio.

Si tomo un café en lo de Nacho, dentro de mi taza encuentro restos de hojas de té. Algo que en principio achaqué a un descuido, resultó ser un recordatorio constante de Takata, anunciándome que no habría descanso ni olvido para mis acciones.

Si llego hasta lo de ...... para estar un rato con alguna chica nueva, el reverendo se encarga de dejar señales en la recámara: un cráneo de perro, huesos de aves, alguna carta nueva para Ezquerra. Es una persecución constante, que no me da respiro.

Y sobre todo en mi casa, en mi propia casa, aparecen objetos relacionados con historias viejas que conté para conseguir dinero.

Las sombras que levanté algún día, vuelven, por instantes, para recordarme que lucré con su desgracia.

Allí en la esquina del librero aparece un dedo, el de la esposa que por coquetear con un empleado fue mutilada por su marido. Al final arregló que la mataran, porque no podía soportar verla llevándose la taza del café con la mano incompleta.

Por allá, restos ensangrentados de una playera, esclavas de oro, casquillos de bala, un cuchillo de cocina que rebanó tres gargantas, dentaduras postizas, suenan a veces canciones en el radio, todo depende de las historias que he arrancado a las sombras, para que Takata me atormente.

Ahora, con mayor insistencia, utiliza el grito del niño paquete, el que encontraron en un camión de mensajería, nuestra última jugarreta.

Todos los demás tormentos se esfuman, dejando el grito como un eco entre las paredes de mi casa. Me pregunto si los demás lo han oído.

En cualquier caso, creo que se hace tarde...

Friday, February 13, 2009

Ciudad de Perros...2

La cuestión con Niño Toques


Salió de ninguna parte.

Yo apenas había llegado a la ciudad. No conocía a nadie, y no tenía muy claro que había venido a hacer aquí. Ya sabía que venía buscando a mi padre.

Pero cómo iba a encontrarlo entre tanta pinche multitud, eso no lo sabía.
Salí una mañana húmeda, el cielo apenas escampaba cuando llegué a la estación para tomar el camión que me traería aquí. Apenas había subido los escalones cuando volvió a llover.

Mi madre había muerto, y me hizo prometer que buscaría a mi padre. Yo no lo recordaba, o al menos eso era lo que decía cuando algún conocido me preguntaba sobre él.

Yo no quería recordarlo, ni quería cumplir con la promesa que le hice a mi madre, con el miedo subido a la garganta de verla muriéndose. Apenas pudo susurrarme esas palabras, con su garganta quemada por el oxígeno, que cada día le ayudaba menos a respirar.


Acababa de enterrarla, y ya había dejado encargada la casa. No me quedaban parientes a los cuales preguntarles por el paradero de mi padre.

Si vine a dar aquí, fue simplemente porque mi madre prestaba oídos a cualquier habladuría acerca de mi padre. Alguien que conoció a alguien que conocía a alguien que juraba haberlo visto en la ciudad, le habló a mi madre de esto.

Y hasta el día de su muerte, creyó convencida de que mi padre estaba en la ciudad.


Yo no quise desmentirla, ni tirarle las ilusiones. Pero yo no creí nunca en los avistamientos de mi padre. Siempre supe que, de querer, nos hubiera contactado de cualquier modo.

Pero nunca quiso.

Salí por cumplir mi estúpida promesa a una mujer muerta. Una mujer que para mí fue todo, y al mismo tiempo siempre rehuí.

Ahora tenía que cumplirle, sin importar que, a lo mejor, mi padre hace mucho se hubiera ido al carajo.


Llegué en la noche, la ciudad me recibió como un tapete de luces, que iban cambiando conforme nos acercábamos por la carretera. No pude dormir muy bien en el camión, cargado de humores y ronquidos. Fui el único, creo, en divisar las primeras luces, la fosforescencia que se adivinaba detrás de los cerros. Conforme avanzaba el camión por las curvas de la carretera, se asomaron las primeras casas, hasta que se desenrrollaron por completo los millones de destellos con los que la ciudad saludaba a los recién llegados.

Ya en la terminal, no supe bien por dónde tendría que ir.

Era mi primera vez, y ahí me encontré, en medio de un gentío que no se estaba quieto, y sin la más remota idea de qué hacer.

Caminé hacia el metro, sin fijarme la dirección del tren. Después de varias estaciones, apretujado y cuidando mi maleta, pude bajar en una estación de la que no me fijé cómo se llamaba.


Al salir a la superficie, caminé despacio por las calles húmedas, cargadas de basura, y encendidas con los focos de los puestos que ofrecían comida a los trasnochados.


Hasta hoy desconozco cual fue el camino que tomé, ni me fijé en las calles y sus nombres.


Cuando me sentí con los pies pesados, me detuve para buscar un lugar para pasar la noche. Desde entonces no he abandonado el cuarto. Me detuve para ver lo que había: locales cerrados, ofreciendo partes mecánicas: motores de medio uso, reconstruidos, cigüeñales, levas.A mi izquierda se alzaron fachadas de madera, ventanas cegadas que resguardaban más placas de madera enconchada, no más altas de dos metros, y tampoco mas anchas que eso.


Como un campo de refugiados, y todo ello protegido por una vieja reja oxidada, con cabecitas de muñecas tuertas colgando de los barrotes, y el forntispicio no dejó de intrigarme: Edificio Imperial.


Si hubo antes un edificio, hacía mucho que se había derrumbado.


Todavía hoy no he encontrado en todo el rumbo, a alguien que pueda recordar si hubo el tal edificio. Y ahí fui a instalarme, en uno de los cuartos que estaban abandonados. Repleto de basura y desechos, con agua estancada en una esquina, iluminado apenas por un raquítico foco. Todo en la calle habla de una decadencia sin límites, de un acabamiento de las cosas. Pienso que no hay mejor lugar para estar. Entre partes desgastadas, y que nadie busca, en medio de un predio que nunca tuvo un edificio, ni poseyó algún tipo de carácter imperial.
Entre restos de cabezas plásticas, resguardado por madera apolillada, aquí fue donde paré y desde donde no supe cómo empezar a buscar a mi padre.

Thursday, February 12, 2009

Ciudad de perros...

-Te va a llevar la verga.-
Fue lo que le dijeron antes de agarrarlo y empezar a molerlo a chingadazos. Justo antes de treparlo al auto y arrancar, quemando llantas, para llevarlo a una casa.
Quién sabe cuanto tiempo estuvo con la bolsa en la cabeza. Debió ser mucho, porque cada vez le costaba más respirar, y el aire se volvía más pesado conforme iban avanzando.
¿En realidad iban avanzando? Porque nadie le podía asegurar que de verdad avanzaban, a lo mejor nada más estaban dando vueltas, mientras le daban de patadas.
Pero sí, el auto se movió, como pudo verlo después, o mejor dicho, como después se dio cuenta, al bajar en un lugar totalmente diferente. Eso lo podía saber por el ruido, los olores, sobre todo la humedad del nuevo lugar.
Estuvo ahí, tumbado, sin saber qué pasaría a continuación.
No, sí lo sabía, nada distinto a lo que ya había sucedido: más golpes, más insultos, escupitajos y mentadas de madre. Habría más formas de experimentar el dolor.
Se preguntaba si primero le aplicarían unas descargas en los testículos, o quizá le arrancarían las uñas con unas pinzas.
Había oído que al bad boy le habían clavado el escroto a la silla donde lo tenían amarrado.
La sola idea de tener la punta de un clavo cerca de los testículos le hizo encogerse y llevar sus manos para proteger la entrepierna.
¿Cómo había llegado a esto? También eso lo sabía, y no vale la pena insertar una disgresión hacia el pasado, como se acostumbra.
Fue por culeros. Así de fácil.
Fue por andar metiéndose en lo que no les importaba, pensando en que iban a sacar una buena raja de lana.
Y él ya presentía que no iba a ser como en otras ocasiones. Que algo no andaba bien.
Pero no quiso aguar la ilusión de los demás, que pensaban que con este desmadre se iban a hinchar de lana. No quería aceptar que seguirían atados a las calles, a los recorridos de siempre.
Otra vez vio el clavo encima de su testículo...
Mientras volvía a encogerse, pensó que nunca debieron meterse a ver quién se chingó al niño.
El niño... no había vuelto a pensar en él desde hacía mucho.
Lo encontraron dentro de un camión de mensajería, y eso porque ya la peste estaba inundándolo todo. Dentro de un paquete encontraron una pierna y parte del brazo. En otro estaba el torso.
La cabeza iba dentro de una caja envuelta en papel para regalo, y los ojos seguían abiertos, con ese velo blanquecino que se forma en todas las cabezas cercenadas.
El resto del cuerpo no se pudo hallar. Ni las partes faltantes.
Debió tener unos diez años, quizá menos.
Los paquetes iban para Juárez, la dirección resultó ser un predio industrial que estaban rematando.
Nunca se supo si había un reporte sobre su desaparición, ni en la tele hubo solicitudes para identificarlo.
No se supo de donde vino, ni quienes podían saber algo acerca de su familia o conocidos.
Se pudo saber, eso sí, que lo habían mutilado estando vivo, por lo que sintió los cortes en su cuerpo. De lo otro no se habló, por pudor, por asco, yo que sé. Al final, la cabeza se la cortaron en dos intentos.
Resulta que decapitar a alguien no es tan fácil.
Por lo menos no ahora, cuando ya no es una práctica regular para quitar la vida.
Y las armas de fuego han sustituido a las espadas y hachas.
No cualquiera puede cortar una cabeza a las primeras de cambio.
Quizá el niño alcanzó a gritar, cuando vio venir el golpe, puesto que recibió el golpe de frente. Y los médicos especularon que alcanzó a ver, pero ya no pudo gritar, el segundo madrazo.
Aún después de los meses que transcurrieron desde su descubrimiento, no pudieron determinar con qué le cortaron la cabeza. Algunos decían que con un machete.
Otros aseguraban que las marcas del corte las pudieron haber hecho las cuchillas de una rebanadora de papel, por eso la dificultad para cercenar de un golpe la cabeza.
Lo cierto es que durante mucho tiempo, el cuerpo estuvo en los congeladores del semefo.
Hasta que se perdió toda esperanza de identificarlo, y enterraron el cuerpo en la fosa común.
Hasta ahí hubieran quedado las cosas.
Pero ellos tenían que meterse a ver qué provecho podían sacarle a esta historia. Fue Mesmer el que la conoció primero, puesto que sus contactos lo alertaron.
Y Mesmer comenzó a convocar a sus sombras, para levantar esta historia; mientras que él comenzó a buscar en los incendios de las paredes, indicios para orientar su estafa.
Pensaba en esto, cuando oyó la puerta abrirse, y en unos instantes unos brazos lo sujetaron, alzándolo del suelo y sentándolo en una silla con descansabrazos.
Sintió las cuerdas, apretando sus articulaciones en muñecas y tobillos, y pensó que iba a ensuciar la silla, porque durante días no había podido limpiarse el culo.
Le quitaron la bolsa de la cabeza, y alcanzó a ver frente a él un taladro. En la esquina izquierda de la habitación, el Niño Toques se acurrucó en el rincón, y lo miró extrañado.

Wednesday, February 11, 2009

En lo subterráneo

A su alrededor la gente se arremolina en los andenes, en los torniquetes de entrada, la estación es un hervidero de gente.
Del mismo modo, los trenes salen y llegan con velocidad vertiginosa; ocupando las vías, una encima de otra.
El ruido aumenta conforme la gente lucha por subir a los atestados vagones, invaden las vías y los túneles para llegar hasta los trenes.
Gente que esperaba llegar hasta los andenes tiene que salir por la boca de los túneles. Así de intenso es el tráfico, que impide a los trenes descargar su pasaje en el lugar señalado.
Entre el gentío, siente de repente que alguien lo observa.
Poco a poco se va abriendo un espacio por entre los cuerpos, y es entonces que lo aprecia completamente. Lo ha visto antes, cuando aborda el metro, y en los vagones él va pidiendo limosna, con la monodía que es capaz de emitir por su garganta.
El pelo es hirsuto, negro y lacio, muy lacio, como agujas apuntando al suelo. Los dientes se proyectan hacia afuera desde la mandíbula superior, y los dientes inferiores apenas pueden verse. No tiene cuello, ni mandíbula inferior.
Sólo puede regurgitar algunos sonidos: "AHHHHH, AHHH, AAAHHHHHHH".
Pasa por entre los usuarios, que se cuidan bien de no tocarlo, ni siquiera rozarlo. Como si temieran que el simple hecho de estar cerca de él les contagiará no se sabe qué.
Alguna vez escuchó el apodo que un desocupado le puso... ¿cuál era?
¡Rey Sapo!
Eso es, el Rey Sapo, que pasa con su bote pidiendo monedas, mientras alcanza a gemir lo que él entiende por una canción.
Lento, va caminando directamente hacia él. Los ojos lastimeros no dejan de verlo.
Aparta a uno y otro lado a los viandantes. Y se encuentra muy cerca "¡AHHHH, AHH, AAHHH!";
él no puede salir, porque la gente se aglomera y le impide el paso. Empuja, y resuella, pero es inútil. ¡No le dejan salir!
Vuelve a empujar y no sucede nada, la gente sigue parada, esperando llegar hasta el andén.
Algo, como un hormigueo le recorre la espalda. Sus nervios están haciendo estragos en su estómago.
No quiere voltear, porque sabe que ya está ahí.
Está sudando frío, y quiere que esto termine. Voltea, y frente a él se encuentra Rey Sapo.
Sostiene su bote con monedas, y comienza a abrir su boca....

Thursday, February 05, 2009

De los cuadernos de Mesmer

Al reverendo Takata, casi siempre, lo he encontrado en mis sueños.
No sé dónde más podría uno hallarlo, ni de alguien que lo haya hecho en la vigilía.
Todas las veces, su rostro añade un toque ominoso a mis visiones.
No importa si me encuentro al centro de un huracán, navegando en aguas ligeras, o volando muy por arriba de las ciudades. Cuando llega a mis ensueños, el reverendo añade elementos que transforman mis pesadillas en territorio de infiernos.
Nunca perdonó el hecho de que me ganara la vida levantando sombras. Contando las historias que guardan para calentarse un poco, a la orilla de las aguas turbias.
El silencio, no otra forma, me anuncia que el juicio está en curso.
Se me pedirán cuentas de mis acciones. Y mi castigo será terrible...