Friday, December 19, 2008

Sobre y contra la censura

Mi maestro, Fernando Solana, escribe el día de hoy 19 de diciembre, sobre un incidente sucedido en Lagos de Moreno.
Fernando es profesor del plantel de la U de G en ese lugar. Y en días pasados se llevó a cabo un festival de contra-cultura (como bien lo señala Fernando, la contra-cultura es abrevar en la cultura reconocida, leer autores canónicos, romper con la monotonía y el pensamiento unilateral).
En el marco de este festival, se presentó La Congelada de Uva, una performancera conocida en el ámbito por sus escenificaciones (no sé cómo definir precisamente lo que ella hace) desparpajadas y con un alto contenido de material explícitamente sexual (enseña su vulva, pues).
Tras el evento, en el que La Congelada parodió Los monólogos de la vagina (irreverentemente, ya que en una obra que habla de las vaginas, extrañamente están ausentes vaginas drogadictas, vaginas alcohólicas, vaginas que rechazan, que engañan, etcétera, etcétera, pero el tema no es analizar la aséptica obra feminista, aunque cabría preguntarse: ¿qué, ésas no cuentan?).
Como sea, el evento desató al México mocho, retrógrado y ultra-conservador que se niega a entender que el siglo XXI, con su carga de horrores y espectáculos pseudo-contestatarios, está instalado de pleno en México.
Lo que importa aquí es analizar el por qué ciertas autoridades, si no es que todas (aunque se arropen en el discurso de libertad de expresión, mentalidad abierta, etc.), se creen depositarias y custodias de éso, que a falta de un marco conceptual adecuado, llamamos las "buenas costumbres".
Tarde o temprano, los gobernantes, sin importar que tan importantes o insignificantes sean, encuentran que ante su total falta de resultados para mejorar las condiciones de vida de sus gobernados (sus jefes en realidad), encuentran efectivo azuzar el miedo a ciertas cuestiones reprimidas y tachadas de tabú.
Pueden, perfectamente, elevar la voz ante un espectáculo ofrecido en un centro cultural, un escenario, o el cine. Pero no hacen absolutamente nada para detener la oleada de pornografía infantil que puede ser adquirida en los puestos de tianguis ambulantes.
Aclaremos: no soy un cruzado anti-pornografía, es una industria que provee un material o producto específico ( se puede estar de acuerdo o no en este tipo de mercancía), y que genera derramas económicas importantes (entre muchos tipos de derrama).
Dos adultos que consienten, por su propia voluntad, sin ningún tipo de coerción, a ejercer su sexualidad ante las cámaras, y después ser observados por multitudes (quienes ejercen el derecho a observar este tipo de material, aunque otros no estén de acuerdo), no pueden ser tachados de criminales.
El problema viene cuando estos materiales son producidos en las mafias de trata de personas.
La sexualidad, incluso la que se ejerce en la pornografía, es una de las manifestaciones más altas de nuestra libertad.
Implica el derecho que tenemos sobre nuestro cuerpo, y el derecho a compartirlo con otros, de la manera en que mejor nos parezca y convenga. Aunque se tache de cosificación el hacerlo por dinero.
Como todo derecho, implica una toma de conciencia, una reflexión sobre nuestra más íntima subjetividad: quién soy, qué quiero, qué me gusta.
El violentar esa determinación y forzar a las personas (hombres, mujeres, niños) a ejercer una sexualidad que vaya en contra de su voluntad, es inexcusable.
Y las autoridades saben, conocen, los puntos de venta de tales materiales.
Materiales "piratas", materiales obtenidos sin el consentimiento de los involucrados y, en muchos casos, obtenidos a la fuerza. Pero que extrañamente siguen circulando, fácilmente al alcance de jóvenes y niños, y sin que la fuerza pública irrumpa en los lugares donde tal mercancía se almacena. Son estas autoridades las que se indignan contra toda manifestación de la libre expresión, y son también las que, por temor o complicidad, no molestan los intereses de grupos delictivos.
Y sí, como dice el diputadete local Treviño, “A mí no me importan las leyes cuando se trata de defender los valores y las buenas costumbres de los laguenses”. Les valen madre.

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